El primer estudio de fotografía de Irving Penn en Nueva York durante los años 40 no tenía luz natural. Sin ventanas y encerrado en un edificio de oficinas en el 480 de la avenida Lexington, la luz natural que tanto inspiraba a Penn tenía que ser recreada a través de la electricidad. Por eso durante la década en la que trabajó allí el fotógrafo anheló siempre encontrar una luz específica, aquella “que cae en un estudio desde el cielo del norte”.

Tal y como la describió en su libro ‘Worlds In a Small Room’ de 1980 , aquella era una luz "de una claridad tan penetrante que incluso un simple objeto colocado por casualidad bajo ella adquiere un brillo interior”. Penn, por supuesto, la acabaría encontrando. Primero, en 1954, gracias a un nuevo estudio en un edificio de principios de siglo con vistas a la esquina sudoeste de Bryant Park y ventanas de varios metros de alto, conocido en la industria como “el hospital” por sus paredes blancas, su silencio y su orden.

Después, en lugares remotos del mundo a los que Penn viajaba para fotografiar a sus habitantes, como la meseta de Lasithi, a un par de horas en coche al este de la capital de Creta. O en la orilla del lago Chad, en Camerún, tierra de los poblados aborígenes Kirdi. Pero esas limitaciones del estudio de Lexington marcaron la manera en la que Penn hizo sus fotos incluso cuando no tuvo que depender de focos.

Para cuando la luz llegó a su vida, él ya había aprendido a darles a .